EL HUMANISMO EN LA FIGURA DE DON QUIJOTE
Cervantes inaugura un nuevo género literario con
una figura que lleva su humanidad en carne viva. Un antihéroe ¿o
anti-caballero?, que cumple desde el fracaso los valores puros de nobleza y de
amistad.
Don Quijote de la Mancha,
la primera novela moderna, brinda las bases para el racionalismo que luego
cristalizará Descartes en el Discurso del método. La frase “yo sé
quién soy”, que nuestro personaje dice al pasar para reafirmar su hidalguía, que
fue puesta en duda, es una forma en que lo humano afirma su sentido y validez. Y
esta exclamación de Don Quijote no pasa desapercibida al filósofo Miguel de
Unamuno, quién con y contra Cervantes confirma “el quijotismo”, la religión más
humanista de todas. Si ésa fue la lectura del convulsionado siglo 20 ¿encontraremos
en el siglo 21 con un sentimiento de naufragio a la humanidad perdida en las
hojas de esta obra maravillosa?
El “yo sé quién
soy” cervantino nos devuelve valorizado al homo humanus, que, en su
anhelo de una infinitud perdida, encuentra sosiego en sus propios límites
humanos: como un homo finitus. Se desvanecen los absolutos y
el ser humano queda a la intemperie. Y allí se reinventa, con un humanismo
desde el arte y de su ciencia, su pincel y su pluma, como un creador incansable
en el ostracismo. Aun así -o porque es así- la condición humana recobra un
sentido emancipado e irreversible. Y el actuar libre del hidalgo se ocupa
incansablemente de los demás: de su amada Dulcinea, de quienes deben ser
protegidos o liberados, o merecen la justicia y no la tienen. Así, erguido sale
Don Quijote a cumplir la misión de ser héroe, que es la de ser hombre, con una
vulnerabilidad absoluta y una audacia increíble. No le asustan los osados molinos,
ni los magos perversos. Siempre valdrá la pena hacer frente a los gigantes. A los
monstruos, aunque solo existan en la mirada, deben ser combatidos. Don Quijote,
como habitante de paradojas, alcanza su belleza como caballero de la triste
figura.
Cervantes da
muestras de que nuestro conocimiento es limitado, que nuestra capacidad
interpretativa es siempre subjetiva y que nuestra acción bien cumplida podrá
tener un desenlace no deseado. Y allí mismo, en esas coordenadas reducidas,
habitaremos lo absoluto de lo noble y de lo bueno.
Aunque educar
quijotescamente puede sonar a despropósito, María Zambrano, ganadora del
Premio Cervantes, sin embargo, nos ilumina y muestra que en el Quijote la
filosofía o mejor la poesía verdadera será catártica: aprenderemos a
levantarnos una y otra vez luego de las caídas que nos confrontan con nuestras medidas
tan humanas.
Don Quijote tiene
la vocación de ser héroe y el destino de no serlo. Tiene la metamorfosis de la
dialéctica del héroe, que parte originalmente del estereotipo de un tiempo
anterior, un personaje de caballería, que se afirma con una tarea previsible
-la tesis-, luego en esa épica del fracaso de Zambrano estraá el momento de
negación -la antítesis-, para finalmente poder lograrse a través de una
revelación esa vuelta enriquecida de la heroicidad humana -la síntesis-, cuya
misión no es otra, que aprender a convivir plenamente con la finitud. Es por
eso que la condición humana en el Quijote sólo puede leerse
con mucho humor, benevolencia y en clave de ironía, advirtiendo lo que bien nos
decía el historiador Eduardo Galeano que nos podíamos reír junto al Quijote,
pero nunca del Quijote.
Ser Quijote es
saber ir incansablemente a luchar contra los molinos, a visualizar
absolutamente a los gigantes, sabiendo de antemano que esa lucha es desigual y
tramposa. Y por eso, nos despierta ternura y al mismo tiempo nos identificamos
con ese destino. Se trata de una ética compartida y solidaria, y de aceptar
categóricamente nuestra fragilidad.
A veces se dice
que la filosofía en español ha echado sus raíces y da sus frutos en la
literatura. ¡Pues ése es su derecho! Es el relato de una verdad genuina que
sólo puede revelarse desde la metáfora: todos somos un hidalgo montado sobre un
Rocinante, tratando de cumplir una tarea noble, pero desproporcionada a
nosotros. Es ese gesto de cabalgar en el alba y andar incansablemente, hallar
una misión y entregarnos generosamente a ella y de este modo restituir el
sentido originario de nuestra vida única tan valiosa como irrepetible. Y
es entonces que la novela moderna desde el mundo castellano emerge como un
escenario ilimitado para las letras.
El autor del Quijote se
nos aparece como un gran alquimista del alma humana. Del dolor y del fracaso
logra extraer el elixir más puro y auténticamente humano. El mismo ha
practicado la resiliencia y desde su experiencia vital construye su personaje
muy cercano a sí mismo. Con nuestros ojos modernos nos ha llegaddo Charles
Chaplin, que desde una niñez tan dolorosa nos brinda personajes tan
inspiradores. Su magnífico film El chico de 1921 nos regala un
recuerdo de infancia, de penurias sin treguas, que afrontaba con ternura y sin
claudicar nunca. Son alquimias
autobiográficas, para un público que acomodará su mirada para comprender y
aprender un mensaje asombroso y veraz.
Tal vez el don de
Cervantes ha sido enseñarnos a sobrellevar nuestra naturaleza de seres
intermedios, entre lo animal y lo divino. Y se trata de recuperar hoy esa forma
de humanismo prístino, que en esta primera novela de inicios del 17 nos llega
vigente al siglo 21. En cómo repensar su mensaje puede encontrarse una clave
para poner a salvo el valor de lo humano.
Hoy nos sabemos
confrontados con quienes se aferran ingenuamente a cierta inteligencia
artificial. Vemos perplejos los avances descontrolados de nuevas tecnologías.
Algo quimérico es llamado trans-humanismo. ¿Un nuevo molino? Junto a
Quijote debemos poder plasmar un nuevo humanismo, que ponga a salvo, nuevamente,
la condición humana.
Siempre habrá
gigantes y molinos. Qué más da. Allí estaremos para saber decir “Yo sé quién
soy.” Y allí emergerá también la alquimia de Cervantes.
por Patricia
Morales (Proyecto El humanismo en la figura de Don Quijote)